Un día de octubre de 2014
Seguramente más de uno ha de estarse preguntando porque no publiqué mi columna semanal en el ombligo de la semana, y para todas esas añoranzas de lectores que me han manifestado y otros que se los han guardado sin atrevimiento, debo decirles que hay encomiendas públicas y sobre todo, el estima que tengo a quien me ha designado, lo que me impide entre semana escribir y por tanto, optar por publicarlo los sábados.
Pero, debo mencionar, que esta pausa me permitió percatarme que ya tengo un grupo de lectores que ven con buenos ojos estas historias de su humilde servidora que quizá los identifica porque es cotidiano, sumado a que relata a personajes que han hecho en sus circunstancias todo lo posible por que México siga avante.
Y es por eso, que para no limitar su deseo de lectura de esta columna y en seguimiento a lo que han podido leer en capítulos anteriores, es que aprovecho para hablar de un personaje en singular que conocí un día de octubre de 2014: Benjamín Laureano Luna.
Ustedes lo puedes googlear con una mano en la cintura, ver todo lo que ha pasado a través de él, tan conmemorado cuando principalmente logró tras bambalinas con los tomadores de decisiones crear la Comisión Nacional de Derechos Humanos y el paquete de reformas del 2011 para reconocer esos derechos humanos, hasta su muerte en que más de una figura pública fue a verlo y subirlo a la prensa.
Aunque, para mí, decidiendo no ir a su sepulcro, más que en lo personal y a solas, tuve el destino de conocerlo en sus últimos años de vida y ya sea que era lo más cercano en su coyuntura o algo vio, me dejo sus últimas palabras y la encomienda de alguna vez sacar su versión de las cosas. Bueno, creo hasta ahora cumpliré con esa parte del plan, aunque a mi manera.
Verán, ¿se acuerdan que alguna vez mencioné en capítulos anteriores de que en la librería de Alma Rosa iban una serie de jóvenes sui generis que tenían como ocupación y tiempo libre hacer algo por alguna causa?, pues, dentro de esas personas, había una llamada Jocelyn que era mitad inglesa y mexicana, que ayudó a Benjamín a juntar las firmas de los pueblos originarios para que fueran reconocidos en las Naciones Unidas, lográndolo, por lo que después de viajar por todo el mundo con esa misión, un día de 2014 me la encontré y me dijo que por temas de salud, no podía estar con uno de sus grandes maestros (la otra era Estrellita Newman) y que si me interesaba, podía ir a verlo y apoyarlo.
Así que dije que sí, lo que me condujo a una cita en una casa con mucha vegetación muy cerca de División del Norte en la delegación Benito Juárez, en la que después de tocar el timbre, salió un señor algo encorvado por la edad, con cejas pronunciadas, seriedad en su mirada y una forma irónica de hablar para recibirme.
Me acuerdo que me metió a la sala, llena de periódicos y personas en otras esquinas o pisos de la casa o el jardín, donde me preguntó qué hacía ahí, aunque sabía que Jocelyn me había enviado. Yo le contesté que deseaba conocer bien lo que había echo y seguir mejorando. El no dijo nada, solo se rio y me indicó que nos viéramos mañana saliendo de mis clases. Así lo hice.
Durante los siguientes días, saliendo de clases, llegaba allá con una rutina peculiar, dejando como antesala, esta primera semana: primero, se ponía a leer el periódico en silencio, después me pedía que sacara mi cuaderno y contaba de distintas cosas, en que recuerdo que la primera de ellas fue de su hermosa experiencia de la mano de Eleonor Roosevelt, esposa y pariente de Franklin D. Roosevelt, presidente de Estados Unidos, quien creó la idea de los pactos de derechos humanos, la alta comisión y las primeras generaciones de promotores en la que fue parte Benjamín.
Después íbamos al mercado a comprar cosas y hablar con los vecinos, aprovechando cada minuto para hablar de otras experiencias, como cuando trabajó para el presidente Ford y finalmente, lo acompañaba por el metro Zapata a unos trámites, para cerrar en el Parque de los Venados con una andada por ahí en que él se justificaba diciendo que era la terapia del doctor.
Recuerdo muy bien la primera vez que fuimos, él me comentó: ¿vez este parque? Era más grande y fue una donación que hicimos, fue una idea que saqué para proteger en ese entonces la flora y fauna del lugar, ahora ha sido comido por la ciudad.
Después de una semana de anotar experiencias e información técnica, se me ocurrió preguntar, ¿qué lo había llevado a defender a los pueblos indígenas y los derechos humanos? Y fue lo que ahora pondré con motivo de que el 2 de octubre no se olvida, con unas palabras textuales: “el 68 cambió mi vida”.
Hago un paréntesis antes de entrar a los detalles, en ese caso yo sólo transmitiré lo que me expresó como un actor partícipe en el escenario, del cual, no puedo decir si es verdad o mentira, pero tampoco puedo dudar plenamente, más a sabiendas que cuando lo conocí era un hombre que presentía que le quedaba poco de vida.
Así empezó su relato:
Yo trabajé para el gobierno de Díaz Ordaz y el día que se dio el 68, este hombre estaba en Puebla y le dispararon, así que cuando inauguró las Olimpiadas tenía una herida de bala.
En cuanto a mí, de repente vi un extraño movimiento en las calles, que por mi curiosidad me había llevado a estar en el escenario, a lo que un agente personal del gobierno, me urgió a salir de ahí, por lo que me llevó a la azotea de uno de los edificios del centro histórico, en que desde ahí, ese hombre me señaló todo el procedimiento: ¿ves esos botes de allá? Están llenos de armas y en un momento vendrán unas motos a golpear a los manifestantes para que en su alteración choquen con los botes y encuentren las armas, de esta forma se justificará que es un movimiento armado y no pacífico. También le dijo, que el que dio las instrucciones no fue Ordaz sino Echeverría quien intentó matar a Ordaz.
Es así que se dio el 68 con Halcones y grupos que tanto en México como en Francia cerraron con una masacre que se llevaron varias vidas.
A partir de esa experiencia, Benjamín fue a la oficina de Echeverría para gritarle “asesino” provocando que tuviera que estar en los próximos años de su vida, en huida en el territorio nacional, del que, los personajes que le dieron refugio fueron los pueblos originarios, de los cuales, él aprendió mucho.
Su vida vivía en plena tensión. Recuerdo bien, que me decía que nunca debía dejarse los periódicos porque era utilizado para saber si no había nadie, o donde encontrar cámaras, también supe de los grupos pagados para el desorden y desmantelar instituciones en las instituciones públicas universitarias, o como crecía los nuevos actores de la economía ilegal del país, así como de los principales operadores territoriales de los pueblos originarios.
Ahí los vi en su casa (a la que llamaba casa Monster) exponiendo los hechos y después sentando a los actores políticos de distintos partidos en cuartos separados en que ninguna se percataba que el otro estaba en el mismo lugar tratando el mismo tema en contradicción. Eso lo vi y lo aprendí.
Sin embargo, duró poco, porque una vez que fue a una misión a Gaza por el conflicto Israel – Palestina, por alguna razón regresó con cáncer del que en una semana ya había acabado con su vida y que un día en el hospital, me dejó unas palabras de lo que iba venir: se viene tiempos de caos, ganará en Estados Unidos … y aquí … solo diré que atinó y creo también en lo que viene.
En mi caso personal, me pidió no rendirme y que podía hacer algo distinto a lo que existe. Sigo con eso, pero por ahora ya completé un pedazo de las promesas que continuaré en otro capítulo.
Esto apenas comienza y vaya que hay mucho que decir.
Les mando un saludo.
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