El México propio: vida e historia (VII)

Dos mundos encontrados

Dicen, y vaya que se dice mucho que las coincidencias no existen, en que, por razones divinas o circunstancias terrenales en ese momento desconocidas, conocemos a las personas y que en ese espacio-tiempo dado, termina por construir una historia y direccionar completamente el rumbo de nuestras vidas.

Es decir, solo pónganse a pensar qué otra versión de sus destinos tendrían si no hubieran conocido a cierta persona o realizado hecho alguno, de ahí que se ha vuelto atractivo en el cine los famosos multi-universos y lo interesante aquí, es que es de sabios darle un sentido de florecimiento a lo que nos ha tocado o hemos decidido.

De esas coincidencias es que surge la familia González Ayala, en que, como todo, se da del encuentro de dos mundos Luis y Dora, a quienes algo los motivo a unificarse.

Quizá a pesar de venir de distintas formaciones culturales -que bueno, no dejan de ser mexicanos-, lo que los identificaba era esa cultura venida del esfuerzo y que para las fechas en que ellos transitaban, tuvieron la sintonía de no temer construir una historia y no permitir que nada ni nadie los detuviera de alcanzar el progreso. Eso quiero pensar, porque fue lo que se me quedó de nuestra convivencia como familia.

Luis nacido en 1964, que venía de esa familia algo acomodada (tampoco tanto) dicha en el capítulo anterior, con una madre que tuvo que sacar a sus dos hijos sola y rompió parámetros haciéndose empresaria en aquellos años cuarentas – setentas, por temas de que la vida no es perfecta, después de estar en la academia militar en su niñez, para su juventud salió de casa para dedicarse a comerciar flores en aquellos entonces desde Cuautitlán Izcalli hasta el Distrito Federal, también laboró en la Central de Abastos y en general tuvo multitud de trabajos temporales mientras entró al CCH y después a la UNAM para estudiar veterinaria (aunque yo digo que en otro universo hubiera sido físico-matemático) especializado en entrenamiento canino y psicología animal. De tal, es que más que otra cosa se dedicó a la iniciativa privada y el emprendimiento, sin dejar de lado su activismo político por impulso familiar y después por costumbre.

Dora Martha nacida también en 1964, tuvo que igualmente dedicarse al trabajo y al estudio, para empezar en los negocios familiares y después en otros, llegando al CCH donde conoció a mi padre y después también a la UNAM para licenciarse en contabilidad (en que nuevamente en esto de los multiversos pudo haber sido abogada), de lo cual, pasó por varios despachos y también en el sector público, siendo una excelente administradora y auditora. Después se dedicaría a nuestra crianza con algunas ocasiones complementados con algún trabajo y por supuesto también participando del emprendimiento en pareja y la vida política del país.

De lo que me han comentado, desde su noviazgo en el CCH hasta su vida en matrimonio (digo hasta ese periodo porque ni nacía para poder decir qué pasó, -lo que haya pasado estando yo en el mapa terráqueo será cosa de otros capítulos-), fueron cabeza en sus círculos y eran caracterizados por ser los de la iniciativa, ingeniándose otros caminos y acostumbrados a defender lo justo.

Entre esas anécdotas de cajón, está que organizaron una especie de feria de venta de productos para la economía de los estudiantes de la UNAM en el Parque Hundido o también que alguna vez trabajaron juntos en una hamburguesa gigante que hasta se abría como cápsula, al grado de volverse el hit.

Simultáneamente a esa vida laboral y universitaria, no dejaron de lado sus vínculos con la familia en que todo terminaba estando en Benito Juárez, como la visita a sus padres, la convivencia con sus hermanos, el cuidado de las bisabuelas.

Y como mencioné anteriormente, las inercias sociales y familiares, los llevaron a un periodo de activismo político que denotaba un interés por hacer valer la democracia, más no por hacer carrera en la política. Vaya, es básicamente un deber ciudadano.

Para ello, en lo primero que entraron por influencia de mi abuelita Isabel (mamá de mi papá), fue apoyar a Maquío quien fue candidato a la presidencia en 1988 por parte del Partido Acción Nacional, y después sí, apoyamos a Fox para la presidencia del 2000 (ahí ya andaba yo de niña).

Sin embargo, esa esperanza de alternancia se esfumó (mi abuela decía: no era Maquío quien llegó ahí, pero fue por él), y en su momento nuevamente volvieron a creer en otra alternancia, yendo todos al susodicho plantón, hasta concretarse en 2018 (saben de que hablo), porque efectivamente, el país deseaba (y desea) justicia social que veo en lo personal como una promesa incompleta también ahorita.

La vida entre ellos dos hasta que tuvieron a sus dos hijos (yo y un hermano menor), fue de luchar en un contexto que fue malo para las clases medias y en general para todas las clases en el país.

¿Dónde podemos comparar? En el nivel de esfuerzo que hacían nuestros abuelos y que les alcanzaba para tener casa, coche, jubilación digna y teniendo a más de cuatro hijos, en cambio, a nuestros padres les tocó el término del siglo de oro mexicano, con una devaluación intensa y constante, el surgimiento de conflictos como el movimiento estudiantil del 68, el temblor del 85 y el EZLN; así como la devaluación de la calidad de vida en contraste con una apertura de mercado propicio para el consumo. Y específicamente a mi etapa siendo ellos padres, nos correspondió observar los despidos injustificados y la ausencia de trabajo digno.

Así son las cosas sin pelos en la lengua, hay una deuda enorme por nuestro país.

Una vez recuerdo que cuando trabajé de funcionaria en un municipio del Estado de México, tuve que hablar con los directivos de los parques logísticos de Cuautitlán Izcalli y uno de ellos en ese momento quizá de confianza o crisis, me expresó su desesperación porque “a pesar de haber ofertas, los chavos no entran y si entran nos roban ¿por qué?”. En la misma confianza le contesté que “hay algo que reconstruir y es la confianza, porque todos esos chavos vieron como a sus padres los despidieron injustificadamente para que la empresa no gastara en jubilaciones” y quiero imaginar cuántos terminaron en manos de la delincuencia.

Puedo decir que las generaciones que nacieron de los cincuentas a los ochentas fueron la generación de los decepcionados, donde había mucho de lo superfluo y poco de lo valorable socialmente y dignamente. Por tanto, nuestra generación somos de los escépticos y algunos que no queremos aceptar que todo deba ser así, de los insurgentes.

Ya hablaré del resultado del encuentro de esos dos mundos y de lo que fuimos como familia en lo realmente valioso, si es que entendemos lo que representa la vida y claro, la muerte.

Abrazos.

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