Los principios de la ciencia, el arte y la realidad

Los derroteros de la fenomenología política invitan a reflexionar sobre los principios de toda escisión en el plexo de la sociedad contemporánea. Eso ha llevado al analista y geopolitólogo canadiense Matthew Ehret a escribir una serie de artículos que dan cuenta de la necesidad por seguir recordando los fundamentos éticos, espirituales y científicos de la humanidad que, en la vorágine de acontecimientos más recientes, parecen engullir el principio constitutivo de toda creación de la naturaleza, el propósito.

En el primero de ellos hace una pregunta revisionista al argumento nihilista que parece haberse extendido a la mayor parte de las esferas del desarrollo humano y del progreso. Exhibe así una crítica a personajes como Yuval Noah Harari, del Foro Económico mundial, Ray Kurzweil, ejecutivo de Google, y Sam Harris, una de las voces más influyentes del ateísmo contemporáneo, y se pregunta por el propósito de la sociedad. «¿El ser humano es de verdad un programa computacional sin alma?»

Es posible rastrear los fundamentos de la proyección nihilista, de ese modo, al debate filosófico de la antigüedad sostenido entre Platón y Aristóteles, dos de los filósofos más influyentes de la civilización occidental (y del Oriente). Para Ehret, la conformación del ultramaterialismo contemporáneo puede rastrearse a la antítesis que se deriva de la idea de un Creador en cuyo desarrollo creativo se extiende la naturaleza misma como un proceso que refleja al ser humano y su convivencia en armonía y equidad (Platón tal como leemos en el Timeo), contra la noción que se deriva del empirismo científico canónico donde prima la realidad de facto y que, traslapado a la esfera social, hace valer la condición humana como el antagonismo entre amo y esclavo (Aristóteles tal como él mismo lo exhibe en su Ética a Nicómaco).

Para el alumno de Platón, la realidad se concibe con mayor pragmatismo al entender el fundamento de una clase gobernante y otra gobernada en pugna indisoluble. A diferencia de Platón, que unifica la experiencia de la mente con la experiencia de los sentidos a través de conceptos unitarios a los que cualquier humano puede aspirar, para Aristóteles tales conceptos se dividen como clases sociales puede haber, de modo que la virtud del esclavo no es la virtud del gobernante, así como la justicia del tirano no puede ser la justicia que se aplica a un sujeto. Para el periodista canadiense, estos paradigmas filosóficos son en esencia irreconciliables.

Mientras para Platón, tal como lo demuestra en su diálogo Menón, el esclavo es capaz de comprender por su propia cuenta los principios de la geometría más avanzada, Aristóteles defiende la inmutabilidad de la esclavitud. Platón afirma la existencia de un alma inmortal, previa y necesaria, para lograr deducir los «universales» o principios constitutivos de la mente; por otra parte, Aristóteles argumenta en su tratado Sobre el alma, que la mente es más bien una página en blanco que a través de la experiencia o materialismo forma con el paso del tiempo sus propias ideas sin necesidad de un alma previa.

Para Aristóteles, refiere Ehret, como los sentidos son limitados es imposible conocer la generalidad o infinitud de las cosas por lo que todo concepto se adhiere a la percepción del sujeto que lo concibe, es decir, la mente humana comprende según la experiencia de sus propios sentidos y de ese modo forma sus verdades. La conclusión es que la verdad es algo relativo, y la ciencia, cambiante. Este debate se retomará siglos después entre René Descartes para quien lo inmutable, universal y eterno es cognoscible y John Locke, el británico de corte aristotélico que afirmó junto con David Hume que sólo es posible conocer a través de los sentidos, por lo que, en última instancia, la experiencia de lo sagrado o de Dios es irrelevante para el conocimiento científico, no per se, claro, sino porque los individuos estamos limitados al fragmento de realidad que cada quien observa, y el científico no es una excepción. El universo de Aristóteles, sin embargo, no es el de un pensador ateo, sino el de un filósofo que piensa que la creación es exclusivamente mecánica. El debate entre Platón y Aristóteles no ha sido sino reformulado con el paso de los siglos.

De ese modo, en 1619 y con la aparición del tratado Harmonice mundi (Armonía del mundo) del astrofísico pitagórico Johannes Kepler (1571 – 1630), se renueva la corriente proplatónica. Kepler se esforzó en demostrar la verosimilitud de los argumentos del diálogo Timeo y por tanto de la existencia de un Creador consciente que regula las actividades de la naturaleza a través de leyes, entre ellas los planetas. El esfuerzo del científico no fue sino el intento por reconciliar la ciencia metafísica de los antiguos griegos con el progreso de la ciencia empírica de la Europa progresista del siglo XVII, ciertamente, pero también una acerba crítica al aristotelismo como defensor de las verdades formalistas que se extraen de la relativización de la verdad adquirida por medio de los sentidos. El universo de Kepler es ordenado e inmutable; el de los aristotélicos también es ordenado pero cambiante, es decir, es el que cada quien percibe según el consenso establecido.

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Miguel Cabrera (Ciudad de México, 1988) es analista multidisciplinario de asuntos internacionales, economía y cultura, egresado de la UNAM. Es editor independiente y fundador del proyecto para la promoción de la paz Arcadia México.

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