El México propio: vida e historia (XXI)

El fin de la universidad: ¿qué sigue?

Era 2016, había terminado los estudios universitarios con la satisfacción de haberlos exprimido lo más posible con valiosos profesores que me pusieron anteojos distintos para ver el mundo, resaltando la encomienda de que no hay verdades absolutas, sobre el juego geopolítico y los matices que existen entre las culturas, definitivamente me habían dado las claves para comprender lo que venía, siempre en lo personal asumiendo en el supuesto de estar en la toma de decisiones y lidiar con distintos escenarios más los ya existentes que son complicados; sin embargo, no era suficiente para resolverlo, por lo que concluí que para resumir pasos agigantados que implicaría que fuera una Matusalén, lo más inteligente era construir la estrategia y aliarme de las y los indicados.

También la experiencia extraescolar fue de gran utilidad, como mencioné en capítulos anteriores, había estado desde muy tempranos semestres rondando en la Cámara de Diputados y el Senado de la República, gracias a la oportunidad de una amiga, a la que sigo estimando. También supe del movimiento campesino y obrero de la izquierda mexicana, acerca de la seguridad alimentaria y con la que formamos una Brigada Emprende-empleo en el Instituto de la Juventud de la Ciudad de México, así mismo conocimos de los proyectos productivos. Fue valioso.

Formé parte de ese Programa Estudiantil de Debates Acatlán, que hasta ahora ha dejado un sólido grupo de personas que han sido exitosas en distintas trincheras, del cual, además, me permitió la oportunidad de ser representante de los estudiantes de mi carrera y mediar cuando pasó el Yo Soy 132, entre otros conflictos, que, como todo en la UNAM, se volvió parte de la cuota política y del choque de intereses. También, salieron grandes proyectos, como la feria del libro o los colectivos intelectuales que siguen por ahí.

Y qué decir, de mi maestro Benjamín Laureano, que falleció en 2016, de un repentino cáncer regresando del conflicto Israel-Palestina y que sus últimas palabras en el hospital fueron: te encargo el legado de encontrar una alternativa para el país. Era un esgrimista de la negociación y por él he afinado mi técnica.

Finalmente, y por supuesto no lo iba a dejar, es a nada más y nada menos que Halyve, un maestro que desde el primer día que lo vi en su salón yo siendo convocante de hacer una ofrenda de muertos para toda la Facultad, me llamó la atención su peculiar forma de sentarse en flor de loto y dar palabras salidas del realismo puro político, por lo que un día en su cotidiana hora de leer el periódico en el jardín frente a la estatua de Sor Juana Inés de la Cruz, lo increpé (usual de mí) para hablar más; sin ampliarme, solo puedo decir que coincidimos como viejos conocidos desde ese día, una combinación entre política, historia, espiritualidad y razón-sin razón.

Para las consiguientes conversaciones, además de tomar su clase de Teoría de las Relaciones Internacionales, salió la idea de hacer una editorial en mi séptimo semestre, por lo que solo esperé unos meses para juntar el dinero y se constituyó con todas las formalidades de la notaría y con socios, los cuales, de este primer periodo poco entendieron de lo empresarial y debo decir, de mis locuras, porque así parecen hasta que se llevan a cabo.

Bueno, Halyve, me ha guiado, es mi lugar para ser la persona que vive en su ser con dos componentes, la del realismo político y de la utopía espiritual, como una película de Guillermo del Toro o González Iñarritu; somos ambas, acostumbrados a caminar sin suelo y mirar el destino sin siquiera tenerlo de frente, literalmente lo vamos moldeando y que preferimos la gloriosa vida de riesgos que morir vegetativos el resto de nuestros años. C’es la vie.

Pero en 2016, había acabado ese proceso tan dinámico en la universidad. No temía al mundo laboral porque lo hice durante toda mi carrera, pero sí a saber si llegaría a donde deseaba, aunque, por lo mientras, no debía olvidar que debía terminar una tesis, que la enfoqué en las políticas educativas internacionales y si injerencia en el sistema educativo mexicano, del cual, terminé un año después, ganando mención honorífica quizá por meter elementos geopolíticos y políticas públicas, intentando después operarlas con aceptación y muchas decepciones.

Por lo mientras, y caminando al mismo tiempo, ante el escenario del fin de las elecciones (que no participé aunque me lo ofrecieron del PRD, en parte, porque a alguien apellidado Lara que le dieron las escuelas nacionales preparatorias y nos había ofrecido trabajar, lo traicionaron) y el cambio administrativo, opté por ir como cualquier mortal a entregar mi C.V. arribando a la secretaría de Educación del municipio de Cuautitlán Izcalli, donde para mi sorpresa me encontré a la mujer con la que dialogué cuando participé junto con COPARMEX en la instalación de la Embajada de Jordania en México, siendo ella la particular del que sería en Embajador, y para las dobles coincidencias, le había dado clases a sus hijos en aquella escuela que di clases en los últimos semestres de la licenciatura.

Para no hacer el cuento largo, no se pudo mi ingreso a la secretaría, pero al mes fui llamada por el Jefe de Oficina de la Presidencia del Ayuntamiento, para asumir como jefa de departamento de Asuntos Internacionales, para lo que agradecí el esfuerzo de mi maestro Manuel Martínez junto otros intelectuales, que fueron los promoventes de permitir la diplomacia local como reformar la Ley sobre Tratados, crear la Dirección General de Coordinación Política de Cancillería y que en todo el Estado de México se pidiera la creación de esas áreas para cumplir con el eje de Responsabilidad Global del nuevo gobierno federal.

Fue una gran experiencia, porque más allá de ejercer esa tarea, terminé involucrada en todo el quehacer municipal, desde seguridad hasta finanzas.

Una fructífera y corta experiencia, porque, al año, después de que el presidente pisara algunos callos y terminara fenecido el contralor de OPERAGUA que vi en vivo y en directo con un balazo a quema ropa en una brigada de limpieza que iban todos los funcionarios y yo a 5 metros de distancia del atentado. Se movió a mucha gente, y empezaron por los que no fueron parte de la campaña, incluyéndome.

A partir de ahí entendí la importancia de ser parte de campañas, por tanto, lo que debía hacerse después, pero bueno, aún así, dejé la cláusula, que nos volveríamos a encontrar y que serían en otras circunstancias, y así fue.

Después de eso, regresé a la Ciudad de México, para construir desde la base. Si esas eran las reglas, las haría pero teniendo un sello particular.

Será otro capítulo.

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