El México propio: vida e historia (XVIII)

La igualdad es lo de hoy

Imaginen que van a entrar a un concurso en el que darán el todo por el todo, es más, invertirán recurso y tiempo de trabajo porque resulta plenamente atractivo lo que les ofrecen de actividades o experiencia, lo cual, puede definir los pasos de sus vidas.

Preparan todo, puede decirse que tienen los más altos estándares para llegar muy lejos, pero, al arribar a la ventanilla de acceso les dicen que no pueden concursar, no porque no tengan las aptitudes o no hayan cumplido con los requisitos, sino por ser mujer, indígena o afrodescendiente, de una localidad de bajos recursos u otra religión, bueno, quizá hasta todo eso en conjunto, cosa que no ubican en ningún lado del texto del concurso (y que si estuviera casi nadie entraría), por lo que por su idiosincrasia los han excluido de participar, o en su caso, les dicen que deberán aceptar pero que, para el nivel más alto no pueden formar parte, es decir, son para cierto rango.

¿Les ha sucedido? Pues las nuevas generaciones coincidimos que esto es –no cool-, porque para el pesar de muchos en política o propiamente de cada uno de los sectores de la sociedad, la igualdad está de moda y llegó para quedarse.

Hay que comprender que el mundo está en movimiento, y de acuerdo al texto de “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” de Engels, el planeta se define conforme a los modos de producción dominantes, lo que ha generado el modo de sociedad -aunque no les parezca-, desde el matriarcado en las sociedades agrícolas, el patriarcado en las sociedades de conquista tradicional y un proceso de varios siglos de transición en las sociedades industriales y digitales al igualitarismo.

Es un tema complicado de tratar en muchos sentidos, porque primero nos pesa saber que la base de la desigualdad histórica es una combinación de condiciones físicas y de idiosincrasia conveniente para algunos y que después de volverse una costumbre y hasta darle razones divinas o ideológicas que parecen únicas verdades, sucede que a pesar de que ya no coincide con la realidad productiva, la siguen manteniendo absurdamente.

Bueno, el siglo XXI, es ese cambio de muchas cosas, como fue el siglo XX para los derechos laborales, en que ni se han logrado por completo, ni deja ser parte de la agenda pública, pero, como asuntos emergentes, el de nuestros tiempos es de esa igualdad y nuevos derechos de identidad y género.

Para mi generación, que es el rango de edad más grande de este país, justo vivimos la transición y las contradicciones, en que, por un lado, se lidiaba con las tradiciones excluyentes de los círculos interfamiliares o suprafamiliares, mientras que por el otro, los medios, la tendencia en otros países y la propia dinámica juvenil decían lo contrario.

Así que, en caso de la universidad, por ejemplo, entre nosotros, ya hacíamos colectivos y proyectos igualitarios, confrontados a la vez con casos de maestros (no diré quienes, solo el pecado más no el pecador) que, entre su soliloquio frente al pizarrón, decían que por ser mujer o de estratos bajos económicamente no éramos buenas en algunas cosas. Algunas veces simplemente los tomábamos de pobrecillos u otros más, que habían pasado la línea del respeto al condicionar la calificación por lo mismo, terminaron siendo casos de revisión administrativa hoy ya enjuiciada a favor de la igualdad.

Nos pasaba de la misma forma en las zonas profesionales y/o laborales, en que se denotaba la discriminación irracional como forma de selección interna y se dice irracional porque se vuelve la peor decisión apegada solo a idiosincrasias, por lo que en la plática de las juventudes en las reuniones informales o en los pasillos decíamos que eso era tan rancio, como esa agua estancada que cubría lo bello que podía ser, al grado de convertirse en una razón de no elegir a un profesor, no irse a esa práctica o … no inscribirse a cierto partido político.

Ahora vemos el resultado de aquellas entidades que preservaban las prácticas discriminantes: están condenadas a desaparecer o ya desaparecieron; quizá con un capitán como en el Titánic que deberá hundirse con el barco por la necedad de una decisión en su momento trascendental.

En mi caso personal, caí en cuenta hasta la preparatoria y universidad, dado que en la familia había una educación más igualitaria, reflejada en que nunca se me negó entrar a cuál actividad me sintiera identificada, así que disfruté de muñecas como de una cascarita, pero, al confrontarme plenamente con la sociedad juvenil y adulta, fue cuando ubiqué esas resistencias de un grupo, que iba más allá de los comentarios e ironías cotidianas de uno que otro señor o señora.

Recuerdo a mis 17 años de edad querer entrar a un concurso con desafíos físicos en que los adultos y los de mi edad me lo prohibían y en respuesta, conjuntar a todos los rezagados incluyendo hombres que deseaban hacer actividades más de lo “femenino”, para agruparnos y hacer ambas, en que no se nos reconoció hasta que ganamos una competencia a todos los demás. Hasta ahora me recuerdan por eso.

De ahí, en la universidad durante un año en mi quinto-sexto semestre me bombardearon de sucesos que dejaban en cuenta de esa discriminación de género, estatus económico, color o creencias:

Estaba en el seminario de filosofía con Raúl que ya conté en capítulos anteriores, en que me enseñó una imagen, era un hombre y una mujer de espaldas recargados cada uno en una columna que se completaba en un arco griego y arriba un fuego, al verlo, me dijo -hay condiciones físicas que diferencias a los géneros, pero al final hay cosas humanas que nada tienen que ver, … la sabiduría del regente es saber qué es de que y no limitar lo que es del ser en sí-.

Lo siguiente, durante esos días fue que como representante estudiantil tuve que atender un asunto escolar de un profesor que había reprobado a una alumna tan solo porque ella le contradijo en clases sobre su observación clasista de que las mujeres no podían dirigir empresas, por lo que hombres y mujeres nos involucramos en el caso y dado que era una “vaca sagrada” de la institución, terminaron tirándonos de cualquier asunto para tiznarnos, ya sea que decían de los compañeros que eran acosadores o en mi caso y otras mujeres que les debíamos nuestro lugar a cierto hombre, pero … y ahí va el pero, como las cosas habían cambiado, terminó cayendo este personaje y con él, se llevó a cabo una serie de reformas para impedir que “la libre cátedra universitaria” provocara el abuso de cualquier tipo de parte de las autoridades.

También se sumaron causas, como la discriminación de color de ciertas personas o el limitado acceso los pueblos originarios y afrodescendiente. Ninguna fue fácil pero se transformaron las dinámicas.

Durante ese año también me tocó estar vinculada con un proyecto productivo en una localidad mixteca de Oaxaca, donde se buscaba que esa comunidad en que se había perdido las dinámicas tradicionales de producción por la migración forzada de los hombres, pudieran crear su propia cooperativa de sombreros de palma con las mujeres residentes; sin embargo, con las cosas ya puestas, hubo una limitación: el único hombre en la comunidad tenía prohibido a las mujeres laborar, y con ellas, nadie podía ni siquiera dirigirles la palabra. Fue un año de concientización y diré que al final fue un logro al punto de que ya me escuchaban y ellas podían administrar dinero y dirigir.

Hay un sin número de cosas, ¿verdad amigas y amigos? que tuvimos que confrontar y gracias a eso fuimos conscientes que la discriminación existe, por lo que nos hicimos más solidarios de nuestras compañeras y compañeros que venían de contextos distintos, que, por el color de piel los rechazaban o por ser de una economía o cultura distinta; igualmente, nos hizo comprender que, la base de que haya quienes se excusen de esa exclusión tiene como común denominador que son personas (hombres y mujeres) que han sido a la vez discriminados por alguna razón y en su complejo de inferioridad para cubrirlo, optaron por doblemente discriminar basados en un sistema de nacimiento que les haga sentir superiores y curarse en salud. Lamentable porque quien no quiere ver con los dos ojos está tuerto.

Todavía lo veo por desgracia en la actualidad (es más, hace algunos días), en que a veces me encuentro con comentarios de que tal decisión se tomó porque era “solo de hombres” o que alguien de cierto estrato no puede acceder a ese nivel. Ahora me río, porque veo eso como aquel que se vanagloria de estar en la cima, impedirte subir y después en un viento, verlo caer porque no hubo quien le tomara la mano. La soberbia es la mayor debilidad del ser humano.

Por cierto, les dejo este artículo que una vez escribí porque mi pecho no es bodega:

Solo hay que observar con detenimiento la tendencia en el mundo, oler nuestro presente y percibir el futuro, ¿no es obvio?, sería muy tonto no asumir el trazo en que el río se mueve.

Con ello, me encamino a otro punto del proyecto de nación: debe ser una agenda igualitaria en todo el sentido de la palabra, porque México está hecho de guerreras y guerreros que si caminan en unidad llegarán a la grandeza. Debe ser una armonía imparable en que nadie se sienta excluido de su razón de ser por la gloria nacional.

Por ello, cierro en exhortarlos a que dejen la idiosincrasia obtusa, y asuman que estarán condenados en desaparecer porque no se puede ir en contra de lo que el pueblo late, y ese es de sed y hambre de igualdad.

Acabemos con la otredad y construyamos el nosotros.

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