De los pequeños detalles a lo inesperado
Ahora, mis queridas y queridos lectores, por medio de esta vía escrita compuesta de recovecos y símbolos llamados letras, les mando un saludo desde todas sus fronteras y realidades, haciendo énfasis en la reflexión de este miércoles:
Valoremos las cosas inesperadas de la vida; valoremos aquellas cosas que nos llevan a caminos nunca imaginados y que, aun así nos acomoda extrañamente en la crónica de la autorealización, como esa historia del Mago de Oz, donde un huracán remueve nuestro piso, nos aleja de aquel lugar llamado hogar y caemos en una tierra desconocida que al final del camino amarillo, descubrimos que es un hogar tan certero y digno que permitió completarnos, porque solo ante la adversidad y lo desconocido, es que llegamos a saber de lo que somos capaces como seres humanos.
Como este año 2024, en su momento, el 2010 representó un bucle histórico de la vida personal que dio secuencia a la vez al del 2007.
¿Qué sucedió?, del 2007, fue la elección de mi carrera técnica de la media superior, de la que he hablado en dos capítulos anteriores, llevándome a dinámicas laborales de todo tipo en materia de servicios y turismo, y sí, porque pasé desde ser mesera, hasta despachar el sistema financiero de una central de autobuses.
Cada vez que entraba en esas prácticas, iniciaba con las cosas más simples, -aclaro, soy de la filosofía que para mandar hay que saber hacer-, y después de un tiempo de conocer todas las áreas y personas, terminaba ideando una nueva forma de hacer las cosas que a los superiores que lo compraban, llegaban a aplicarlo con éxito, otros casos más, simplemente preferían lo mismo y tampoco estaba en contra, se respetaba. Considero que, el caso más exitoso fue en esa central de autobuses del norte que les digitalicé muchos procesos de cobro y revisión de choferes sin tener que usar nada más complejo que una simple formulación de Excel. Aunque también pasé vergüenzas, como el día que se me cayó la charola de bebidas encima de unos clientes que resultaron ser accionistas de ciertas marcas comerciales de tal sucursal, me puse roja como tomate al grado que mi superior administrativo no paró de reír por una semana.
A la vez, opté en aquellos tiempos, dedicar mis fines de semana en viajar austeramente y en grupo a los estados y retarme frente a frente con la naturaleza y las comunidades profundas del país. Puedo recordar con cariño gran cantidad de localidades del Estado de México, Tlaxcala, Guerrero, Hidalgo, Puebla y Morelos de aquellas épocas.
Mientras que, de la madre naturaleza, puedo recordar sobre todo la magnanimidad de los ríos subterráneos Chonta y el San Jerónimo, las copas del Iztaccíhuatl, la ruta al Tepozteco o Malinalco, la gran caminata que hice de la Ciudad de México a Tres Marías en la carretera rumbo a Morelos y también la que hice del Lago de Guadalupe hasta el árbol de San Lorenzo más allá de Tepotzotlán. Es una larga lista que me llevo en el corazón.
Lo mágico de esos momentos, en lo personal, estaban en las voces sabias de tatas y comunidades del México profundo, como aquellas tardes de tránsito que compartía un taco de tortilla con frijoles, queso fresco y nopales, o un caldo, junto a una buena plática de anécdotas, llena de penas y alegrías, en que con orgullo se sabe que salimos adelante desde nuestras trincheras por nuestros seres queridos y por el hecho de ser mexicanos; donde, lo poco se multiplicaba y me guardaba el sentimiento de ver que fuera más prospero y alegre su andar.
También estaba en los silencios nocturnos de los bosques, ríos, cascadas, entre la nieve, la lluvia o el sol ardiente, en que muchas de las ocasiones llevaban conmigo un cansancio físico, que permitía relucir fortaleza espiritual. Normalmente las llagas en los pies, eran tantas que sangraba uno, sin embargo, aún seguía andando.
Todo ello, permitió forjar un carácter y no temer al rumbo que uno mismo ha optado transitar, teniendo la mirada fija en el objetivo. Pero … y ahí va el pero: “los caminos de la vida no son como imaginaba”. Vaya, y le debemos hacer como las hormigas que, ante la sorpresiva caída de una piedra en la ruta programada, la tenemos que rodear o subir.
Así que, de ese 2007 al 2009, yo lista para terminar mi media superior e irme a poner una agencia y seguir con los estudios de licenciatura en turismo o economía en el politécnico, un día, en el curso de preparación para el examen de ingreso, coincidí con un profesor que se autodenominada socialista libertario, lo cual, se me hacía irónico porque al fin y al cabo iba en octavo semestre de la licenciatura en ciencias políticas y administración pública de la UNAM y era el encargado de dar la clase de Historia de México del curso de preparación.
Todo se dio en un aguerrido debate en el aula donde aproveché que, como amante de la lectura y partícipe de sesiones extraordinarias de hermandades desde los 15 años causadas por mi vecina de la librería, quería desafiarme en mi retórica, de lo cual, en los datos y la percepción de lo común por los viajes me permitió ganar algunas rondas, pero al final, me desmanteló completamente al cuestionar el rumbo de mi vida: tenía miedo del lugar al que podía llegar profesionalmente.
Como terca que soy después de que algo me rompe paradigmas, no dejé de frecuentar el diálogo con él, al punto de proponerle que me llevara a algunas clases como oyente en la UNAM y conocer de sus dichosas reuniones con miembros del EZLN y grupos estudiantiles que creían que a través de la manifestación del “sistema corrupto” se daba algo por las causas justas.
Duró seis meses este experimento del que finalmente tomé una decisión totalmente contraria a mi plan original: opté por entrar a la UNAM (ya imaginarán la expresión de mis padres que estudiaron el CCH: primero felicidades y segundo porque no lo hice desde un inicio).
Pero, no iría a ciencias políticas sino a relaciones internacionales, porque de toda la travesía, en mi percepción sentí que el mundo que tenía enfrente era globalizado e interdependiente, en que esta carrera, contrario a lo que piensan muchos que es para el comercio, fue creada para hacer política y diplomacia entre las naciones, así como comprender la guerra y la paz. En lo personal y se lo transmití a este joven maestro, consideraba que debía estudiar eso, para que, con un paisaje más amplio, resolver los desafíos que tendría de frente si lograba llegar a la toma de decisiones nacional. Ahí fue la primera vez que le digo públicamente a alguien mi sueño, sin temor de verme ridícula por lo alto que es.
Sin embargo, no lo dejé ahí, porque ante el convencimiento de mi joven profesor, también le transmití algo como ese socialista libertario o anarquista que decía ser: ¿para qué jugarle como carne de cañón cuando puedes construir para que México sea mejor desde la misma cueva del lobo?, porque si hubiera más como nosotros, habría menos como los otros. Al parecer y hasta donde me quedé, él igualmente cambio el rumbo de su vida.
De esa forma, al cuarto para la hora con el tiempo encima, trabajando y estudiando, y sumándole que mi padre tuvo que estar hospitalizado, fue que finalmente hice mi examen para entrar a la UNAM e ingresé a la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, sitio que hasta ahora es mi casa, sitio que gracias a sus docentes y claro, el pueblo que paga contribuciones me permitió ser una licenciada, y ahora lo compenso siendo profesora de esas mismas aulas.
Es de aquí partiría un rumbo de vida distinto, pero que no dejaba de ser el camino amarillo que sigo transitando para llegar con Oz.