La familia de la antigua Casa Grande de Mixcoac
Por Dora Isa González
Hay muchos mitotes que la sociedad se puede hacer a tal grado de volverse regla, y son mitotes porque su fundamento desde su fundación es todo lo contrario a lo que dice ser. Es como el dicho de que a un reinado o actualmente a una nación no se le puede determinar inicio para que, por lo tanto, no se le determine final; o cuando se dice en el caso de México, que nuestro pueblo está condenado a ser subordinado, porque fuimos conquistados y que, peor aún llevamos en la sangre a ambos generándonos casi casi traumas genéticos, cuando en realidad en el mundo, no existe pueblo que no haya sido conquistado o conquistador, sin excepción, y de igual forma, todos somos mestizos.
Dentro de ese tabú, refiriéndonos a la famosa sangre azul y las grandes familias, dicen basarse primero en su pureza porque según esa, está más cerca de lo divino que los otros linajes, dándoles así un título nobiliario con potestades, de lo cual, la verdad de las cosas, lo único que tienen de extraordinarios es que les tocó una coyuntura (de Europa) de aquellos siglos fundacionales del Imperio Bizantino y del dominio de la Iglesia sobre todas las cosas con monarquías, en que les convenía más suceder por sangre la corona, así como la aristocracia, en vez de que fuera por elección, porque terminaban matándose al transcurso de los dos años. Claro, después se inventó la democracia, algo parecido, pero menos sanguinario (ok, en el caso de México, parece que vamos más a lo otro).
Y de esas absurdeces, precisamente en México hay un sector (cada vez menos bendito sea) que cree que es más puro lo que es más cercano a los españolizado y más impuro a lo que es indígena (o mejor dicho parte del pueblo originario mesoamericano), cuando, en realidad, las familias que mantuvieron una estructura y sí, ciertos privilegios, se basaron en el casamiento de casas españolas con casas indígenas y de esas raíces que hay multitudes en el país de los famosos apellidos, incluyendo los Covarrubias Juambelz que representaron la familia de la madre de mi padre.
Los Covarrubias, eran de origen michoacano, donde se dice según el árbol genealógico familiar, que, fue una casa española (de apellido distinto al actual) que tuvo que irse del país ante una disputa en que salieron muy mal airados, llegando así a Nueva España con la decisión de cambiarse el apellido basados en la “virgen rubia” y en donde contrajeron matrimonio con el linaje del emperador tarasco “Caltzontzin” (ya me imagino a los españoles al escuchar el nombre). Es importante señalar que los tarascos o purépechas eran de especial relevancia porque fue el único pueblo que no se sublevó a los mexicas, debido básicamente a que ellos usaban los metales para sus armas en comparación a la obsidiana de los aztecas, sin embargo, no eran imperialistas porque de haberlo sido, sería otra la historia.
Bueno, de los Covarrubias, surge un linaje de personas que particularmente acercándonos al siglo XX se dedicaron a las finanzas, donde mi bisabuelo Luis Covarrubias Arriaga llegó a estar en el Banco de México, donde aprendió también a ser muy reservado en los recursos.
De los Juambelz, otra casa noble, pero de los vascos, particularmente de Navarra, igualmente contrajeron matrimonio con las familias nobles prehispánicas y se asentaron en un principio en Coahuila expandiéndose a otras entidades hasta llegar al Distrito Federal, fundando la Casa Grande de Mixcoac en que se decía abarcaba de la calzada de las Águilas a la calle Castañeda, básicamente en distrito 18 local que representa Álvaro Obregón y Benito Juárez. Mientras existió ese patrimonio (porque después Díaz Ordaz orilla a su venta), la familia se concentraba ahí, en que hubo uniones matrimoniales, -de esas que el amor valía dos pepinos y menos la decisión de la mujer que solo era útil por el dote que proveía-, transitando los González Cosío, los Grisi, los Solórzano, los Lanzagrota, entre muchos otros, estando ahí también el surgimiento de la unión de mi bisabuelo Luis Covarrubias Arriaga con mi bisabuela Isabel Juambelz Jiménez o como la llamábamos “Mamá Chave”.
No entraré en detalles de su vida familiar, pero para que se comprenda cómo fue, cuando yo conocí a mi bisabuela en mi niñez, porque fue longeva, guardaba una única foto con el “Papá Luis” y era del día del divorcio, muy cercano a la fecha en que se legalizó en la capital. Así las cosas.
Por cierto, recuerdo mucho ese tiempo de vida con ella, quien terminó viviendo con sus otras dos hermanas (eran cuatro, pero la mayor Nena ya había fallecido):
Lucrecia, quien se había casado con Carlitos Grisi (el mismo de los jabones) fundando la primera fábrica en San José Insurgentes, Benito Juárez, misma que a su necesidad de cambio por un espacio más grande, la tía bisabuela Lucre, lo convirtió en un condominio (el primero del Distrito Federal) y que optó una parte para dejarlo a ella y su familia y la otra, se la donó a personas de la calle que consideró merecían un mejor futuro por su lucha por la vida. Justo en ese lugar es donde actualmente vivo. Ella, no tuvo hijos porque Carlitos no pudo, pero por lo mismo, fue una tía bisabuela que dio casa a sus otras dos hermanas.
Y la tercera hermana era Maru quien nunca se casó, era profesora y tenía la peculiar característica de ser alérgica al color morado.
Era curiosa la vida de ellas en casa (compuesta de muebles de la antigüedad y obras de distintos países), tenían una disciplina de levantarse a las 6 am, desayunar, comer poniendo de postre los Chongos Zamoranos, tomar el té después y hablar de la cultura en general.
Particularmente mi bisabuela, era una gran lectora, de ella, me llevé también mis primeros libros complejos a mis 10 años, denominados “Gandhi” de Louis Fischer y “La muerte del quinto sol” de Robert Somerlott que trataba de la conquista vista desde la versión de la Malinche. Y lo que más recuerdo de ella, es que siempre mantuvo la compostura con una elegancia admirable.
-Para hacer una pausa y sacarles el humor, según me cuenta mi padre, las tres cuando decidían ir a manejar a un lado ya a su avanzada edad, se ponían de acuerdo para que mi bisabuela que era la más alta pisara el pedal, Maru manejara, pero como ya no veía muy bien, Lucre le avisaba por donde, aunque no tan bien porque ya no oía. No sé cuántas veces se fueron en sentido contrario avenidas enteras, por lo que están vivas de milagro-.
Retornando. De esa relación (la de mis bisabuelos), se dieron cinco hijos: Luis, Isabel (mi abuela), Luz María, María Elena y Martha; quienes a la vez buscaron preservar las tradiciones matrimoniales, como el casamiento con los Lerdo de Tejada en que nació Sebastián, en paz descanse político relevante del PRI, pero … en que mi abuela fue la excepción.
Isabel, la segunda hija, decidió casarse con mi abuelo de Costa Rica (que ya expliqué en el capítulo anterior que adjunto al final de este escrito) quien no tenía nada que aportar, lo que trajo para ella el primer rompimiento con ese núcleo familiar y vaya que hubo consecuencias, más porque por razones que no mencionaré antes de su temprana muerte, básicamente no estuvo mucho en casa con los dos hijos que le dio, Gerardo y Luis (mi padre), lo que la llevó a tener después una relación con un empresario judío del que no se cerró el matrimonio. Claro, esto es tan normal en nuestros días, pero en aquellas, te quemaban en leña verde.
Ahí no acaba su acto de rebeldía. Como mujer, decidió ser empresaria, “¿cómo alguien de clase alta se iba a dedicar a eso?” decían; logrando ser la primera mujer en aduanas, que, además, manejaba su propio coche y se había hecho de su propio patrimonio y evidentemente, siendo mamá soltera.
La cosa no acabó ahí, si había roto estereotipos en eso, también lo hizo en política, porque viniendo de una familia priista del régimen (quien no lo era en aquellas épocas) decidió apoyar a Manuel J. Clouthier, fundar “mujeres con Clouthier” y darle la bienvenida en su casa en ahora San José Insurgentes, Benito Juárez, apoyando en la integración de las distintas familias de aquella época. Y por supuesto, se afilió al PAN.
Cuando pasábamos los ratos vacacionales de visita a Cuernavaca, Morelos en que ella decidió quedarse hasta sus últimos días por su diabetes, aprovechaba las ocasiones para contar de la vida en el partido y su férreo partidismo, y como yo me quedaba a dormir con ella a veces, porque luego iban todos los primos dejando la casa llena, pues me tocaba escuchar de principio a fin. Igual las sesiones de la televisión sobre Dios y la iglesia.
No quiere decir por eso que fuera perfecta, porque nuevamente sin entrar a más detalles, si alguien conoce mujeres de aquella época que les tocó luchar contra marea, a veces tenían que vivir sus propias decaídas, pero, al fin y al cabo, estoy agradecida porque me dio un telar con Benito Juárez y en saber que solas podemos.
Como pueden imaginarse algunos, y ahí acabo con varios supuestos, no heredé de esas grandes familias ni los apellidos y menos ser apadrinada o respaldada por ellos en lo que ha sido mi vida personal, profesional y política, en cambio, me llevé conmigo algo que considero mucho más valioso: la autonomía y la seguridad de construirme a mí misma, así como saber algunos detalles que en ocasiones son valiosos en este transitar sobre quién es quién y cómo fue.
En lo que se refiere a la unión de la familia de mi madre -que viene del México profundo- (ya contado en los primeros capítulos) y de mi padre -de familia con algo más de facilidades-, eso generó en mí el entendimiento más amplio del cuadro del país, de esos denominados dos México.
Entre ellos, las cosas eran como el agua y el aceite, en que me han contado, hasta llegaron a volar platos en las reuniones; aunque en lo personal, tomé la mejor parte de ambas y atribuyo yo, que me dieron la virtud de desenvolverme en cualquier entorno, así como sumar a mis sueños de lucha, el que pueda tener en mis manos la oportunidad de unir al país de una forma distinta a que exista una única verdad o el vencimiento de unos sobre los otros, sino a través del consenso y el humanismo.
Ya contaré más de ello en el siguiente capítulo ahora sí, en la vida entre los González Covarrubias y los Ayala Romero para dar por resultado, la familia González Ayala.
Abrazos a la distancia y la cercanía.
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