La vida y la muerte son temas difíciles de tratar, sin embargo, los motivos, las maneras y el aura de misterio y desesperación de los poetas que decidieron terminar con su vida, han hecho correr ríos de tinta.
No es un secreto que la vida del artista es caótica, apasionada y extrema, problemas con el abuso de sustancias, depresión y amores desaforados son circunstancias que han traído como consecuencia grandes creaciones artísticas en todos los campos, desde la pintura y la música, hasta la literatura y claro, la poesía.
Las referencias a la muerte han sido numerosas en todas las civilizaciones y culturas. Las distintas expresiones literarias han sido uno de los medios que éstas han utilizado para manifestar su atracción o rechazo a ella. Pero también hay quienes deciden ser parte de ella.
¿Los poetas están locos? (Arte incomprendido)?
El Doctor Jesús J. de la Gándara, junto con otros colaboradores realizo un estudio de la muerte de artistas eminentes que murieron en los siglos XIX y XX analizando las diferencias en los trastornos mentales predominantes en cada profesión artística y si ello se relaciona con el riesgo de suicidio.
En el primero, sobre 3.093 artistas, 59 cometieron suicidio (1,9 por ciento), correspondiendo la tasa de riesgo más elevada a los poetas (2,6 por ciento), especialmente a las mujeres, en el segundo incluyeron 4.564 artistas, de los cuales 2.259 eran poetas y escritores, 834 artistas plásticos y 1.471 músicos. Hubo 63 suicidios (1,3 por ciento del total), los músicos tuvieron el menor riesgo (0,2 por ciento), los artistas plásticos algo más (0,7 por ciento), y los literatos el más alto (2,3 por ciento), especialmente los poetas (2,6 por ciento).
Ya se sabe que la melancolía, la tristeza o la desesperanza son buenos pretextos poéticos. Todos pasamos por eso alguna vez, por: «…la niebla borradora/ o la conciencia alterada por drogas duras / como el amor o la tristeza…», y de ahí al suicidio sólo hay un paso, sea veneno, ventana, disparo, tren o arma. Los Psicólogos Stirman y Pennebaker aseguran, que los poetas son seres peculiares que antes de serlo ya sienten y padecen de manera especial, lo que en cierto modo les aproxima a la depresión y al suicidio. Para otros, lo que ocurre es que los poetas no resisten los efectos nocivos de la poesía.
Según estos autores, es posible determinar a través del lenguaje usado en los poemas el riesgo de cometer suicidio de su autor. Para probarlo, se compararon aproximadamente 300 poemas de los períodos temprano, medio y tardío de nueve poetas suicidas y nueve poetas no suicidas mediante el uso del programa de análisis de texto informático Linguistic Inquiry and Word Count ( LIWC ). El uso del lenguaje dentro de los poemas se analizó en el contexto de dos modelos de suicidio. Evidenciaron que los textos de los poetas suicidas contenían más palabras referidas al «self» y menos palabras referidas a la colectividad, lo cual era consistente con el modelo de la falta de integración social del suicida.
El primer caso comprobado de una poeta suicida (el suicidio de la Safo griega es considerado una leyenda) es el que aparece registrado en una crónica peruana que data del siglo XV, y se trata de la Kanvhsc o Cancchacc, una de las vírgenes incas del Sol, quien compuso en quechua ardorosos versos y cantos de amor cuando su guerrero Yahuat Smacc se arroja al lago de Plata (Col Cocha), todavía hoy, traducidos al castellano, se conocen en Perú y Bolivia sus famosos Yararai.
También a causa de la pérdida del ser amado se suicidan muchas otras, como la poeta Francisca (1871-1920) quien se quitó la vida en Sao Paulo el día del entierro de su marido, otras poetas se suicidan a causa de enfermedades y dolencias físicas que les resultan insoportables. Tal es el caso de la postromántica y luego vanguardista Alfonsina Storni, quien en 1938 se arrojó al mar ante el anuncio de un mal incurable, tal como en 1941 lo hace Virginia Woolf, la suicida insigne, cuyos relatos impresionistas, verdaderos poemas en prosa, que gracias a los sutiles artificios técnicos del libre fluir de la conciencia revolucionaron la entera literatura.
A Woolf el espectro de la locura la persigue toda la vida cuando ella la siente inminente decide meter una gran piedra en su abrigo y arrojarse a las olas del río de la muerte.
Otro gran ejemplo es Flora Alejandra Pizarnik; poeta, ensayista y traductora argentina, estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires y, más tarde, pintura con Juan Batlle Planas.
El 25 de septiembre de 1972, mientras pasaba un fin de semana fuera de la clínica psiquiátrica donde estaba internada, Pizarnik murió de una sobredosis, tras ingerir cincuenta pastillas de un psicotrópico conocido comercialmente como Seconal, se considera que sus trabajos y su poesía dejaron un valioso legado para la literatura latinoamericana. A partir del retorno de la democracia en Argentina, la figura de Pizarnik, al igual que la de muchas otras escritoras del boom latinoamericano, experimentó un auge, lo que derivó en la primera compilación de sus textos.
Siendo estos: Textos de Sombra y últimos poemas (1982), seguido de su primera biografía, Alejandra (1991), de parte de Cristina Piña. Más recientemente, se han publicado también sus Diarios (2013).
«No quiero ir / nada más / que hasta el fondo». (Pizarnik, 1972)
Pizarnik demuestra con sus escritos, el dolor de su existencia, el vacío que sentía y una horrible depresión, que sin duda alguna nos cautivó y nos demostró el verdadero dolor de vivir.
Al igual que ella, Silvia Plath fue un ejemplo de este tema, Plath fue una escritora y poeta estadounidense, considerada una de las cultivadoras del género de la poesía confesional, sus obras más conocidas son sus poemarios El coloso y Ariel y su novela semiautobiográfica, la campana de cristal, publicada bajo el seudónimo de «Victoria Lucas» cuatro meses antes de su suicidio. Estuvo casada con el poeta Ted Hughes, quien tras su muerte se encargó de la edición de su poesía completa. En 1982 ganó un Premio Pulitzer póstumo por sus poemas completos.
Silvia murió una mañana el 11 de febrero de 1963, término de hacerles de desayunar a sus hijos, los llevó a sus habitaciones, se dirigió a la cocina, cerró el cuarto para que no se filtrara el gas y metiendo la cabeza en un horno, poniendo fin a su vida a la edad de 30 años.
Es notable que, en general, las poetas suicidas en su doble condición de mujeres y de poetas a menudo víctimas de prejuicios de tipo patriarcal, han sido sensibles a las causas sociales y de su género, por ejemplo Sor Juana Inés de la Cruz (1651- 1695) poeta barroca cuyos versos mistéricos y eróticos son de los más bellos del siglo, con su “Respuesta Sor Filotea de la Cruz” testimonia su propia lucha como mujer de letras y amiga del conocimiento; y este escrito resulta tan escandaloso que a su autora se le prohíbe toda actividad intelectual, y constreñida por esta circunstancia que ahogaba su placer y su genio, se ofrece como voluntaria para atender a las víctimas de epidemia contagiándose para morir poquísimo tiempo después. Se trata de un suicidio fronterizo pero no por eso menos evidente.
Las relaciones entre mente y poesía se comprenden mejor cuando se unen inspiración y transpiración, es decir, sensibilidad y esfuerzo, iniciación y persistencia. En materia poética, el esfuerzo constante de sensibilidad y creatividad es lastimoso, el compromiso emocional nunca es falso, ni mezquino, es generoso y a menudo mal correspondido. Eso explica por qué tantos poetas se agotan y se deprimen, y algunos, tal vez los más débiles, o los más comprometidos, o los que ostentan temperamentos y caracteres más desajustados, se suicidan.
Mentalmente, tenemos que encontrar un equilibrio entre la capacidad de sostener un contexto, inhibiendo impulsos irrelevantes según la situación y, al mismo tiempo, poder alejarnos de este, creando asociaciones y viendo los problemas desde otra perspectiva, la búsqueda del sentido, el juego con las posibilidades, la sensibilidad emotiva y la imaginación a menudo se transforman en una prisión de la cual es difícil escapar y la muerte, lentamente, se convierte en la obsesión de muchos poetas.
Los literatos deciden acabar con su vida, al convertirse en víctimas de su propia criatura, una visión del mundo sobrecargada de dolor, donde la resonancia de los sentimientos y emociones es significativamente aumentada.
Escribir no solo es hacer rimas, para hacer un poema, es necesario tener pasión y amor por las letras, escribir nuestros sentimientos es algo maravilloso, pero puede llegar a perjudicar el alma, la adicción a la tristeza y la melancolía han hecho que nuestros poetas se hayan ido poco a poco, el dolor es parte de nosotros, el dolor de existir está ahí, sin embargo, solo nosotros tenemos el poder de saber continuar o claudicar de la manera más extraña y dolorosa. Como dijo Albert Camus:”El acto más importante que realizamos cada día es tomar la decisión de no suicidarnos”. (El extranjero,1942)
Fuentes consultadas :
-Poesía y suicidio, (s/f). Intramed.net. Recuperado el 1 de agosto de 2023, de https://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoid=37269&pagina=2
-Pizarnik, A. (2001). Poesia completa: 1955-1972 (A. Becciu, Ed.; 2a ed.). Lumen España.
-Camus, A. (2018). El Extranjero. Createspace Independent Publishing Platform.
Escrito por : Andrea Oliva Velázquez