Por: Ildefonso Peña Díaz
Es necesario advertir que en la vida, todo llega, todo pasa, todo cambia y ante el inicio de la pandemia por la COVID-19, todo parecía incierto y aterrador; sin embargo, considero que el SARS-CoV-2 ha venido a enseñarnos o más bien a recordarnos valores que parecían perdidos, específicamente, uno que es fundamental: la educación; que por cierto, lleva implícita la transformación radical que van a sufrir los sistemas educativos en el mundo entero. Y cuando me refiero a sistemas educativos, incluyo a escuelas, centros o instituciones destinadas a la enseñanza, la instrucción, el arte y la cultura. Y entonces, hablar de educación significa en primer lugar, desentrañar, que es o debe ser una escuela.
Educar no es aleccionar, no es civilizar, no es únicamente impartir lecciones de historia o de matemáticas, no es transcribir nombres y fechas en el cerebro de los alumnos. Educar es la tarea más elevada e importante entre los seres humanos, porque es hacer pasar la luz de la conciencia y la sabiduría a la penumbra de la barbarie y de la ignorancia, a través del arte de lo inteligible, y por medio de la palabra y de la idea, con un solo objetivo, que es el bien de la humanidad, pero en un ambiente de amor de bondad y de comprensión.
Quizá por esto, el historiador y filósofo londinense Arnold Toynbee ha dicho que los mayores benefactores de la humanidad son Confucio, Lao-tse; Buda; y los profetas de Israel y Judá; Zoroastro, Jesús, Mahoma y Sócrates. Y como no habían de serlo, si el Gathas de la Avesta de Zoroastro y el Shah Nomah de Fidausi, según la épica nacional persiana, son las lecciones más importantes que el profeta legó al mundo entero; el Canon de Pali de la escuela Hinamaya o de Teraveda, conocida como Tipitaka, o el Canon Sanscrito de la Escuela Mahayana, que son saberes considerados sobrenaturales de Buda y esparcidos luego por Japón, El Tibet, China y Corea, son la obra de mentes privilegiadas que vivieron hace más de 1500 años y cuyos principios siguen teniendo el mismo vigor en nuestro tiempo; que decir de los discípulos de Sócrates: Platón, Xenofón, y las colecciones por Diógenes Laergio, cuyos Diálogos trascendieron más allá de los lugares y de los tiempos; o el Corán y el Hadit, cuyo Sirat-Ar-Rasul, escrito por Ibn Hisham, contiene la primera vida de Mahoma y es la edición canónica de los dichos del profeta de Alá. Sin olvidar por supuesto los evangelios canónicos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan y las epístolas de Pablo, Pedro y Juan, así como las referencias de los escritores romanos, Tácito, Suetonio y Plinio el Menor, incluido el Evangelio Cóptico de Tomás, que dan claro testimonio del hálito del cristianismo que se extendió por todo el imperio romano, esparciendo luego por el mundo entero, el ejemplo de pleno respeto y amor al prójimo, que debieran ser la base de toda educación entre los hombres y entre los pueblos.
Así que nuestra juventud de hoy, como la juventud de siempre, no necesita ser increpada, sino comprendida y encauzada, por esto es que no podemos permitir, que cualquier verdugo con unas pocas letras, escazas doctrinas medianamente entendidas y oscuros y minúsculos conocimientos, se haga cargo de lo más alto e inestimable que tiene la humanidad: su niñez y su juventud; es entonces que comprendamos que educar y formar no es lo mismo.
Que no eduque el que no posea sabiduría, y mucho menos el que no conozca el arte de decir y de convencer a través de la verdad y por medio de la belleza como quería el maestro Zúñiga, pero sobre todo que no eduque el que no tenga esa vocación sublime de servir y de amar a sus alumnos, porque educar implica saber, pero sobre todo amar, como quería Cristo y como ambicionaba Zaratustra.
Basta ya de industrias educativas que sólo forman loros repetidores sin fondo analítico, o fabrican alumnos en serie, que no son capaces de recapacitar por sí mismos. En cambio, sí a los soberbios edificios escolares siempre y cuando contengan escuela, como lo ha conseguido la Universidad Nacional Autónoma de México UNAM, incluida en el ranking de las 100 universidades más importantes del mundo, donde se educa con veracidad, con belleza y con bondad, pero también con humanismo y con pasión.
La historia de las escuelas y universidades en México, es una historia apasionante, donde lo mismo converge la ciencia y el arte, que el humanismo y el dogmatismo, la ideología y la creencia, la manumisión y el tradicionalismo, pero sobre todo la libertad y el conocimiento. Donde los maestros se aproximan al arquetipo de ser al mismo tiempo sabios, artistas y mártires, a la manera del keniano Peter Tabichi considerado uno de los mejores maestros del mundo actual, quien recibió el premio Global Teacher Prize (GTP), que suele ser llamado el “Nobel de la Educación”. Este monje franciscano, que ha sido elogiado por sus grandes aportes educativos, sociales y humanitarios a escuelas de escasos o nulos recursos en zona rurales en el Valle del Rift de su país natal, donde ha ayudado a miles de niños y jóvenes a adquirir conocimientos básicos, pero, sobre todo, a impulsar sus aspiraciones y sus sueños, pese a que viven en situación de miseria.
Es posible que, en los próximos meses, por efecto circunstancial de la COVID-19, desaparezcan cientos de escuelas y universidades privadas del país; sin embargo, estoy seguro que se mantendrán en pie aquellas que además de edificios tienen escuelas, porque fundamentalmente la escuela son los maestros, los alumnos y los conocimientos en marcha, y no las simples metodologías dogmáticas y los aparentes edificios sin academia. A partir de entonces, podremos afirmar como Anatole France, que la educación debe ser una de las bellas artes y que resulta inexcusable educar de verdad a nuestros niños y a nuestros jóvenes, en la justa realidad que todo enciende, a través de la bondad que todo lo expande y con el cariño profundo que todo lo obtiene, franqueando demarcaciones de tiempo y espacio, para alcanzar el plano sublime del hombre, donde todo es indulgencia, cariño y gratitud.
Así que en el marco del SARS-CoV-2, podemos afirmar, que existen muchos edificios sublimes, que carecen de academia, o más aún, aseveramos que es necesario que las bellísimas construcciones posean contenido y el contenido sea una escuela al servicio de la nación, donde puedan sembrarse luces y cosecharse estrellas, como anhelaba mi maestro el Lic. Enrique Díaz Nava, ilustre abogado y político que dejó un gran legado a México. Hoy a la distancia, los sistemas educativos tendrán que sufrir transformaciones profundas y adecuarse a los nuevos tiempos, donde la tecnología y la internet jugarán un papel preponderante en la nueva escuela mexicana. Pero recordemos que la educación no conoce la distancia, porque franquea con fidelidad el tiempo y el espacio, y porque educar es llevar conocimientos de una inteligencia sublime a otra menos docta, a través de la palabra, pero sustancialmente a través del ejemplo, por lo que hoy como ayer, tendremos la obligación de adecuar la nueva escuela, a los tiempos y las circunstancias, para afirmar la continuidad de la raza humana, bajo un sello de solidaridad, prosperidad y armonía.