El México propio: vida e historia (V)

Un joven de la revolución costarricense en México

El 12 de marzo de 1948, un grupo de autodenominados revolucionarios, ocuparon las instalaciones militares y de gobierno de Costa Rica, haciendo un llamado público para tomar las armas y defender la democracia, convirtiéndose así en una guerra civil que diera termino a un conflicto desde 1940 centrado en rechazar la no garantía de elecciones democráticas en esta pequeña nación centroamericana.

Y ¿a qué se refería eso de no respetar las elecciones de manera democrática? Hay que pensar que, para esos tiempos, en que Latinoamérica se caracterizaba por tener dictaduras o monarquías sexenales (de México) con pistola en mano, en Costa Rica, estaban muy avanzados los ciudadanos, en que sus niveles de tolerancia eran pocos cuando se trataba de sus derechos civiles y políticos, que incluso, por otras naciones consideraría exageradas como para iniciar una revolución.

Para dar un resumen del suceso:

El asunto parte de 1940, llegó a la presidencia el carismático doctor Rafael Ángel Calderón Guardia por el Partido Republicano Nacional y con el apoyo de la oligarquía económica, quien, una vez tomando la silla, se alió con la Iglesia católica y el Partido Comunista Costarricense para aplicar una serie de medidas que mejoraron las condiciones de los trabajadores (modifica el Código de Trabajo, las Garantías Sociales y funda la Caja Costarricense de Seguro Social y la Universidad de Costa Rica) -fue lo único bueno, porque después llegaría el abuso-. Sin embargo, enfrascado el mundo en la Segunda Guerra Mundial, se calificarían a su gobierno al exterior como una amenaza por esas acciones “comunistas” y a su vez se empezó a correr el rumor de que la corrupción dominaba al interior (otra cosa muy de nuestros tiempos pero que para el costarricense era perfectamente entendido), siendo José Figueres el mayor vocero, personaje que acabó encarcelado en pleno discurso radiofónico y exiliado a El Salvador, regresando remasterizado un año después.

Para las elecciones de 1944 ganó el sucesor de Calderón, Teodoro Picado Michalski, aunque en las elecciones parlamentarias, la oposición liderada por el Partido Acción Democrática había conseguido varios escaños, dejando como su principal representante a Figueres, quien insistía nuevamente en criticar la opacidad del proceso electoral de ese año.

La lucha por esa bandera, por fin rindió frutos para la elección de 1948, ganando la oposición, con lo que, inmediatamente después (justo antes del re conteo de votos) se da un misterioso incendio de las urnas electorales, con lo que se excusarían para dar paso a la anulación del proceso por parte del Congreso (la mayoría compuesta por miembros del oficialismo).

En respuesta a esta relatoría, en marzo de 1948 se convocó a esa revolución que duró 40 días, conformando después un gobierno provisional que reanudaría elecciones para, ahora sí, dar por ganador a Figueres.

Una vez explicado este acontecimiento que yo creo se preguntarán a qué viene si es que me siguen el hilo de mis anteriores escritos publicados todos los miércoles más del mundo mexicano, es que, de aquí parte otra historia de vida como muchas otras. Empezamos.

Un muchacho de San José, Costa Rica, que amaba caminar entre las calles, jugar futbol y coleccionar posters de películas, es decir, cinéfilo al extremo, en esos años cuarenta, optó por dar razón a la enmienda de que “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción”, sumándose a esa disputa por permitir que la elección fuera democrática, en la cual por cierto, murieron más de dos mil personas en tan solo 40 días, sin contar los desaparecidos en años previos por el oficialismo, lo  que orilló a este personaje a salir del país en búsqueda de oportunidades a México.

Ese joven del que les hablo, fue mi abuelo José Joaquín Gerardo González Rodríguez, un hombre que no conocí y que falleció a temprana edad cuando mi padre apenas era un muchacho (debido a los achaques de la guerra), pero, que dejó la huella implícita de defender nuestros derechos y la democracia.

Por cierto, hace algunos años, en búsqueda de respuestas, decidí ir a Costa Rica y contactar a la familia, misma que no se había alejado, dado que llegamos a contar con visitas de los primos de mi padre, en una de las ocasiones por otra guerra civil que terminó definitivamente por prohibir las Fuerzas Armadas en el país (único en el mundo) y otros simplemente por viajes de entretenimiento y añoranza.

De dicho viaje repleto de periquitos (en vez de palomas), osos perezoso, mucha fauna y “pura vida”, pude conocer la humilde casa donde vivió mi abuelo, me regalaron algunas fotos de cuando era niño (y que di a mi padre), los posters de colección del cine y también conocer a la familia allá, -en que como toda pequeña ciudad o dichos provincianos mexicanos, los “González”, son todos de alguna manera familia-, terminé quedándome con un gran sabor de boca al saber que los primos han sido partícipes de muchas cosas como la construcción del Hotel Presidente, el actual aeropuerto y de uno que otro restaurante sobresaliente de la capital.

Vaya, Costa Rica es hermoso. En lo personal, sigue siendo vanguardia en democracia participativa y sobre todo en crear sistemas que sean armónicos con el cuidado del medio ambiente. Y bueno, para quienes me conocen, saben que, aunque sea por turismo, no puedo evitar hacer visitas de cortesía a gobierno y preguntar de todo para llevarme una o más ideas interesantes o simplemente por amor a la historia.

Pero, regresando a mi abuelo, un hombre fornido, de ojos azul claro y pelo oscuro, hizo de todo por acá, siendo un galán carismático que terminaba convenciendo a muchos, uno de ellos, o más bien, una de ellas, fue mi abuela, mujer elegante, de carácter fuerte, tez blanca, ojos y pelo oscuro, que venía de una familia de renombre y rompiendo toda regla de aquella época dada en matrimonios arreglados, se casó con un revolucionario costarricense aventurero y sin nada más que ofrecer que su propio esfuerzo.

Desconocemos la forma en que se dio ese amor a primera vista que se guardaron hasta sus tumbas, pero, derivado de ello, sin darse cuenta, estaban transformando esquemas generacionales, llevando consigo una serie de resistencias externas, duras consecuencias, pero la fortaleza para la estirpe venidera de que hay vanguardias, avanzadas, que marcarán el futuro, aunque en el presente parezcan minorías.

Digo, no es que me lo hayan enseñado textualmente, pero en las venas y la educación, los González nos hemos distinguido por luchar por las causas y salir de la caja.

Por cierto, somos legión porque ¿cuántos González hay en México e Iberoamérica en general? Ya que todos somos familia, hasta podemos hacer un partido bisagra ya que están de moda. El que entendió, entendió y pura vida para la alegría.

Esto apenas empieza y ya en el próximo capitulo hablaré de la abuela, madre de mi padre y la familia Covarrubias Juambelz, que no coman las ansias.

Les mando un abrazo.

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