Por: Ildefonso Peña Díaz
La muerte es la detención de la vida, el cese de la actividad cardiaca y concretamente gracias a los adelantos tecnológicos, es la ausencia total de la actividad bioeléctrica del cerebro. Por tanto, la muerte es un evento que resulta de la imposibilidad de sostener la homeostasis y ésta se define como la capacidad que tienen los organismos vivos de mantener una condición armónica interna constante, respecto a los intercambios de materia y energía con su exterior, es decir, es un signo de equilibrio con un dinamismo latente, gracias a sus mecanismos de autorregulación.
Sin embargo, abordar el tema de la muerte es sumamente difícil, dado que implica definir no solo el acontecimiento biológico en estricto sentido, sino las consideraciones sociales, legales, cosmológicas y religiosas, que se encuentran necesariamente entrelazadas, pero con disímil sentido.
Stephen Hawking, considerado el heredero de Albert Einstein, y de Georges Lemaitre (creador de la Teoría del Big Bang), autor de los agujeros negros, uno de los científicos más brillantes de los tiempos modernos y uno de los cerebros más destacados de los inicios de esta centuria, autor de libros como “El Universo en una cáscara de nuez”, “Brevísima historia del tiempo” y “El gran diseño”, ha legado a la humanidad una nueva forma de ver y concebir el mundo, con pasión, con coraje y a la vez con humor y el hecho de que –la mayor emoción es la del descubrimiento-. Dijo alguna vez en una entrevista para The Guardian, que: “No hay paraíso o vida después de la muerte, esta es como desconectar una computadora, no hay nada, es un cuento de hadas de gente que le tiene miedo a la oscuridad”.
Según el Libro de los Muertos, los antiguos egipcios, creían que la eternidad es concebida por los campos de Aaru, el paraíso donde reinaba Osiris, situado en el oriente. Para el Budismo, la eternidad es el samsara, el ciclo interminable de nacimiento, muerte y resurrección. Para el Zoroastrismo, según el Avesta, la eternidad implica dos deidades al frente de sus ejércitos respectivos el Angra Mainyu y el Ahura Mazda, para el catolicismo, es la continuidad de la vida después de la muerte. Para Parménides la eternidad no es la duración infinita sino la negación del tiempo y según Platón en su diálogo Timeo, hay un mundo físico y un mundo eterno. Dentro de la mitología griega, la leyenda de Prometeo y la de Sísifo implican cosmovisiones de la eternidad. Sea pues la perspectiva de la muerte desde las distintas y muy variadas culturas del mundo una visión adquirida por miles de años de observación de los fenómenos inigualables de la naturaleza.
En contradicción al conocimiento europeo, adquirido en gran medida de la mayéutica helénica, la cosmovisión de los moradores primigenios del continente americano, era más objetiva, como cualquier saber humano adquirido de la observación y la experiencia, y encontraba plena explicación en los fenómenos naturales, que eran revelados a través de la mitología, para cimentar conocimientos clave y resolver de manera liminal, incógnitas ontológicas, a las que no era posible dar respuestas abstractas. El indígena, se concebía en una relación inseparable con su entorno natural y por tanto su cosmovisión era más congruente y objetiva, y completamente análoga a su visión ontológica. Cierto que había múltiples divinidades que aludían a entes naturales, como el viento, el sol, el agua y la propia muerte, pero estos se concebían, según lo objetivo de la observación de los fenómenos naturales.
Mercedes Pinto Maldonado en su libro “Hijos de Atenea”, refiere que “Cuando eres niño, piensas que todo es para siempre, incluso tu mismo te crees eterno y así vives. Los verbos solo tienen una conjugación, el presente, un presente eterno”, y hoy al honrar la memoria de mis abuelos, el pasado dos de noviembre del año dos mil veinte, vienen a mi memoria, las palabras de mi padre, cuando me enseñó a leer al lado de mi madre, las páginas del libro más maravilloso que es la naturaleza, “el hombre como las demás especies de animales e incluso los vegetales, nace, crece, se reproduce e inevitablemente muere” y efectivamente es un ciclo perfecto tan simple y a la vez tan difícil de comprender, porque en su cosmovisión otomiana, y en términos heurísticos, después de la muerte no hay nada, es la oscuridad eterna, el vacío total. Concepto análogo al de Stephen Hawkings.
Sin embargo, los momentos robados al tiempo, me han llevado a escudriñar a través de los libros y la tecnología, la inmensidad del universo, contemplación que hacía desde mi infancia, al lado de mis padres, observando por luengos instantes, el cielo tachonado de estrellas sobre todo en las noches de otoño e invierno y que sembraron en mi memoria, pródigos sueños de admiración por lo insondable del cosmos. Y justo en esa tarea he tenido la oportunidad de embelesarme con la recreación computarizada de un viaje a través del universo, donde pude dimensionar a los planetas de nuestros sistema solar, y los de la galaxia Sirius, Pollux, Arcturus, Aldebarán, Rigel, Antares A, Canis Majoris, el polvo estelar de los brazos de la espiral de la vía láctea compuesta por miles de millones de estrellas, y como ésta, forma parte de un grupo local de 30 constelaciones, al igual que el grupo virgo se compone de más de 2000 galaxias y así sucesivamente miles de grupos de galaxias hasta observar una descomunal representación de la estructura teórica del universo, donde incontables millones de galaxias forman cadenas y masas que se extienden a través del cosmos, separadas por enormes regiones de vacío; una vista, tan descomunal y diversa, que sobrepasa el entendimiento humano y que sólo me puede llevar a pensar y concluir que solo la mano y el genio de un supremo artista, pudo haber creado tan infinita obra. Entonces se hicieron presentes las palabras de mi madre y hoy, creo sinceramente que Dios sí existe, porque por más noches de insomnio, no alcanzo a comprender tan grande tarea del arquitecto del universo.
Somos polvo de estrellas, pero también es verdad, que polvo que piensa, no vuelve al polvo. Y ahí es donde viene la simbiosis eterna entre la vida y la muerte, entre lo consciente y lo inconsciente, entre la realidad y la imaginación; así que dejemos esa tarea incuestionable y esa incógnita suprema en las manos del creador.
Diré entonces que la muerte es un paso definitivo hacia al retorno a las estrellas, quizá por ello mis ancestros otomíes, afirmaban con claridad “Hincha pogkambé, aburajka ruh pheni yay bostsnché, a ciadi, a stsé, a teé, gua ah thení”, con lo que querían decir, “No sabemos dónde está el pensamiento de nuestros jóvenes, si en el sol, en las estrellas, en el agua o en las flores”.