Autor: Manuel Arduino Pavón.
Primer capítulo de la novela corta: «Oscuro y Fantasmático».
LEJOS QUEDÓ LA COSTA
Lejos quedó la costa, las azules gaviotas del infierno, las demandas de todos los colores de los hombres empeñados en ponerme a prueba, en hacerme sufrir lo indecible tan sólo para confirmar su punto de vista. Porque no hay nada más cruel que un puñado de hombres congelados en un punto de vista, nada más decadente, no hay nada más gris y patético.
Vengo de un viaje a un pueblo pequeño, casi un tugurio de granos de mostaza, enclavado entre las voluptuosas serranías, en un paisaje que parecía mostraba los dientes a través de tanta piedra caliginosa y cortante desparramada por todas partes. Un pueblo que empleaba sus dientes sin reticencia cada vez que alguien se salía de los fueros habituales y dejaba de comportarse como se habían comportado generaciones enteras, cautivos del devenir, y todo porque uno quería llegar a ser sin el devenir.
Desde que los pies se encontraron con el piso de la casa todo fue sombras y sopor. Años mendigándole al tiempo una señal, un pequeño abrazo, un vergel de palabras más o menos amistosas, la confortación de una sonrisa colorada.
En el pueblo de los infinitos silencios casi nada ocurría por alguna razón plausible, nada que pudiera llamarse hechos; el pasar se aplicaba a morosidades como la de rozar en el costillar de un cadáver con el cuerpo de una vela apagada, al repliegue de las horas sobre la sombra de los húmedos árboles centenarios.
Todo han sido demandas y pulsiones de hombres y mujeres arteros, esquinados las más de las veces, ocultos por máscaras de máscaras, disfrazados de cualquier cosa; a veces de breves estatuas de alabastro, de jarrones, de cielorrasos, de mampostería barata. Con el disfraz de la hamaca paraguaya siempre inmóvil, del macetón reseco, del aljibe donde el tiempo se contaba por la aglutinación del polvo. Nada más que disfraces oscuros.
Y ahora que estoy lejos de la costa, que sorteé con fortuna los imperativos de mis victimarios, ahora me dirijo resueltamente al continente perdido, hiperbóreo, al manantial del que fluye el invierno sereno y blanco. A la bruma eterna.
Era tiempo de que tantas voces insonoras jadeando a las puertas de la mente dejarán de ejercer tan atroz fascinación. Siempre había soñado que este día llegaría, como sueñan las guitarras con los dedos sensatos y las uñas verdaderamente sabias. Al fin me llegó la hora de un mundo por ciento de neutra identidad. Siendo nada ahora soy el verdadero, el esencial, y sin la compulsión atroz que tuve que padecer en el pueblo serrano y en cada lúgubre madriguera de esta tierra.
Incluso los árboles necesitan de espacio y de silencio para continuar realizando la tierra. De la misma forma que siempre supe que necesitaba de distancia, de distancia y de una provisión sustanciosa de olvido para conjurar tantos fantasmas culpógenos, tanta tribulación, tanta temible y tenaz omnipresencia.
Porque mi historia es la historia del pez y de la ballena, la historia del rocío y de la fuente, del dedal y de los guantes de acero. Soy un hombre triste que compartió su tristeza con el camino, con las piedras, con los gusanos retorcidos, con las banderas siempre extranjeras.
Soy un hombre taciturno al que nunca nadie envidió nada, ni siquiera la impronta palaciega de los hoyuelos en las mejillas. Soy o fui un hombre torvo, sólo me basté con lo que cuenta, con la exhalación y el parpadeo.
Porque de la humanidad, de los otros hombres no puedo decir nada diferente de lo que juran el silencio y el viento y cada moneda de piedra incorporada a un monedero lleno de hastío, un monedero que comprende al vacío como nadie, un vacío completo y absorto.
Lejos de la costa vienen a mi mente los malvados recuerdos que golpean enojosamente como las olas, los recuerdos improductivos y terribles de mi paso por la tierra, la magnitud de haber contemplado el espacio cara a cara y la decisión de no ocuparlo jamás ni de absorberlo como el ligero soplo de las nubes. El espacio: la teta más grande que jamás se secó.
El espacio desde muy niño, desde que los girasoles cubrieran el sol y yo oculto en la sombra placentera, fiel y alerta.
Una presencia cómplice de la sombra, atenuada por la brisa y por la fe de que, con o sin la ayuda del tiempo, se movería en la hora eterna hacia el desmantelamiento de la apariencia cruel de un mundo de silicio y de clavos retorcidos.
Manuel Arduino Pavón
Nacido en Montevideo, Uruguay, en 1955. Estudió Literatura en la Universidad de Montevideo, y posteriormente de Teosofía. Actualmente vive en Buenos Aires, Argentina.
Desde 1979 ha publicado más de ciento sesenta obras en Uruguay, en la Argentina, Chile, Colombia, España, México, Costa Rica, Puerto Rico, Guatemala, Venezuela, Alemania, Holanda, Canadá, Taiwán y los EE.UU; incluyendo dramaturgia, ensayo, aforística, narrativa, obras misceláneas y poesía.
-Su principal cualidad es la versatilidad, que le permite deambular por territorios tan antagónicos y sentirse a sus anchas en todos ellos. Una inclinación natural a la experimentación literaria lo acompaña desde sus primeros años en el oficio, pero los años de vida le permiten atenuar o pronunciar esos rasgos estentóreos según sean las circunstancias-.
Twitter: @arduinopavn