Por Dora Isa González
El aroma del cempasúchil junto al copal, el calor de las velas, la dulzura de los colores y nuestros ricos alimentos, la sensación de depositar en nuestro altar las fotografías de los que ya no vemos en vida. Sí, ese sentimiento es único y solamente de las y los mexicanos.
Solo nosotros en el mundo hacemos fiesta de la muerte para valorar la vida, damos suspiros de amor y respeto a nuestros antepasados entre música, “pan de muerto”, café y chocolate. Es el don de la añoranza prestigiada a través del flor y canto, como diría Nezahualcóyotl.
Es tan profundo dicho sentimiento, que ha trascendido épocas, reinventándose desde la raíz mesoamericana, la cultura-religiosa hispánica y las nuevas familias, como bien se muestra en este siglo XXI, al recordar a nuestros lomitos ya partidos en la noche del 27 de octubre.
Ahora que llevamos a cabo una conmemoración cultural del Día de Muertos en el antiguo Panteón de Xoco en mi querida alcaldía Benito Juárez, en que se contó con la participación de una delegación colombiana -que llamaron a su proyecto “altar de exvotos” dado que ellos hacen algo similar inspirados en nuestro país-, así como de la asistencia de diplomáticos, más de uno de ellos expresó su curiosidad por nuestras celebraciones, porque ellos “ven la muerte con amargura y tristeza, ¿cómo nosotros la vemos con tanto brillo y color?”, también surgieron preguntas curiosas sobre la visión de nuestros familiares que andan en la tumba y nuestro sentido del “más allá”, exponiendo de mi parte, que es una forma de expresar nuestro amor y adornar el recuerdo que han dejado en nosotros, creyendo que ahí estarán para compartir como lo hicieron en vida. Vaya, cautiva esa tradición.
Eso me recordó cuando en la Copa Mundial de Futbol en Rusia, que coordiné junto a mi amiga Masha a la delegación de artistas que nos representaron, ahí, me di cuenta que generaba especial atención nuestras calaveras con arte huichol y la vestimenta de catrinas o del famoso Charro, total, ¡fuimos el hit!, hasta nuestro desfile con vestimenta de día de muertos (sin serlo porque era verano) en la Plaza Roja, que terminó en una persecución de los grupos más puros que cuidaban el cuerpo disecado y exhibido de Lenin. Qué ironías.
Así es, hay cosas distintivas entre culturas, la nuestra es esta, valorar la vida y a nuestros seres queridos a través de la muerte, y en ese tenor, debemos sentirnos orgullosas y orgullosos, e incluso, de forma que espero me entiendan, puede ser la justificación propagandística, de que sostengamos con esperanza el rumbo de México, es decir, prender el fuego de la identidad y del cambio de rumbo en honor a los que nos precedieron y por los que nos sucederán. ¿Cómo queremos ser recordados al morir?
Con ello cierro, y doy tributo a alguien que se fue este domingo 2 de noviembre y me cayó como una cubeta de agua fría en casa, Carlos Manzo, alguien que conocí cuando fue legislador de la Cámara de Diputados y las andadas de las “corcholatas”, con quien coincidí en los instantes que nos encontramos que, sin temor debía lucharse, conscientes de los riesgos, y que son reales.
Hartos de la inseguridad, especialmente mi generación y las nuevas, hoy, estamos dispuestos a todo, con tal de forjar otro rumbo para México, llegamos a este punto, que como fue evidente, en la frialdad de la cúpula (ahí pongan a los que su sabiduría les enseña a distinguir) se nota, no comprenden.
Las cosas son diferentes, y conscientizado o no, el vaso está lleno.
Así que en honor de los héroes trascendidos, de nuestros antepasados y de nuestro legado, luchemos, porque la justicia se defiende y la grandeza se edifica con quien desee ver más allá de sus narices y más lejos de su vano interés por el interés fundamental de la ciudadanía.
Abrazos.
