La COVID-19: Una Visión del Enfermo

Por: Ildefonso Peña Díaz

Desde el inicio de la pandemia causada por el SARS-CoV-2, se han escrito cientos de artículos desde la perspectiva científica, para tratar de comprender las causas y las consecuencias de una enfermedad que ha diezmado a la humanidad y que seguramente lo seguirá haciendo por mucho tiempo más todavía, a pesar de las múltiples medidas de prevención y aún de la vacuna que han logrado elaborar, algunos laboratorios en diversos lares del mundo. Sin embargo, quiero abordar este tema, desde la perspectiva más sencilla, pero la más realista que desde mi corta experiencia, es posible compartir, sobre todo para advertir a mis amigos, familiares y el mundo entero, lo terrible de una pandemia, que ha venido a cambiar la vida de la raza humana en todo el globo terráqueo.


La vida pasa vertiginosa, algunas veces de forma apacible, otras de manera lacónica, hasta llegar a adquirir rubores de verdadera tragedia; todos sabemos que el sortilegio de la vida consiste en la ignorancia de que, en algún momento esta, pueda llegar a tener fin. Todos estamos conscientes que el destino es incierto y esto a su vez genera un aurea de esperanza o fe en torno a lo que sucederá en el futuro. Sin embargo, pocas veces el destino muestra su ininteligible rostro, como ahora lo hace pavorosamente a través de una pandemia, que tiene ya presencia en todos los rincones del mundo.

Con esto quiero decir que hoy estamos ante una amenaza global, que expande su sombrío espectro sobre la humanidad, con una crueldad nunca imaginada, y con su terriblemente célebre fisonomía apocalíptica que se ha divulgado en todos los medios de comunicación, y que, a pesar de los múltiples y valerosos esfuerzos de los gobiernos del mundo, este, aún no ha podido ser combatido con verdadera eficacia y es más, ni siquiera se ha llegado a entender la etiología de esta enfermedad, menos aún existe un tratamiento eficaz y específico para aliviar competentemente esta aterradora enfermedad.

Y lo afirmo así, porque pese a obedecer las recomendaciones internacionales y de los gobiernos locales en materia de prevención para el contagio de la COVID-19, y luego de vivir más de ocho meses de un encierro casi total al lado de mis seres queridos, en lo que creía era mi morada segura contra la pandemia, finalmente el virus logró penetrar la barrera de mi hogar, infectando mi organismo sin misericordia alguna, y vulnerando no sólo las células de mi cuerpo, sino la profundidad de mis pensamientos y por tanto, la forma en que hoy en día puedo comprender el sentido de la vida.

Todo comienza con una ligera molestia, un simple dolor muscular, un insignificante escalofrío, que nada tiene de extraño, pero al paso de los días o quizá de unas cuantas horas, esto comienza a convertirse en un verdadero suplicio. Nunca habría imaginado que el cuerpo humano, pudiera doler tanto, a la par se hace presente la desesperación, la impotencia y terribles momentos de angustia, acompañados, por un vaho espectral; porque con el inicio de las primeras fiebres, sabes que algo extraño está ahí y sin la certeza de lo que sucede, el virus ha comenzado a invadir las células de tu organismo; con esto inicia una sofocante fiebre, un catastrófico dolor en músculos y articulaciones, que infaustamente va acompañado del delirio, la incertidumbre, las primeras ideas espantosas de encierro, porque es tan extraña la sensación en el cuerpo, que sabes indudablemente que es la COVID-19. Continúa un insoportable malestar en todo el cuerpo, cada músculo casi se paraliza, se vuelve intolerable el roce mismo de la ropa sobre la piel, no habrá tregua alguna durante muchos días, una sed desesperante se hace presente, pero lo que causa más sufrimiento es la posibilidad de expandir el contagio a tus seres queridos, de que ellos sufran las mismas angustias y pesadumbres, que tú; viene entonces una marejada de náuseas y diarreas que parecen interminables y que poco a poco van mermando tu fortaleza física pero también tu fortaleza mental y espiritual; los días se vuelven letárgicos y las noches parecieran interminables, tu médico familiar confirma a través de diversos estudios, que estas frente al SARS-CoV-2, sin embargo los medicamentos, parecen ser inútiles ante la persistencia de la cefalea y la opresiva fiebre, que no quiere abandonarte ni un sólo instante, y a la par viene lo peor, llegan en los pocos momentos arrebatados al sueño, sombríos pensamientos de que quizá son los últimos instantes, y entonces asfixia mucho más la depresión y la ansiedad que la fiebre misma, se vuelve más intolerable la angustia y la desesperación, que el dolor muscular de todo el cuerpo.

No hay hambre, si sed, sólo desaliento, el rostro adquiere una palidez melancólica, los ojos están hundidos en sus cuencas y la imagen propia se distorsiona hasta volverse demoniaca. Cada hora, cada minuto y hasta cada segundo, es la sensación de estar frente a un brutal verdugo invisible que sin piedad fustiga tu cuerpo, pero también el fondo de tu voluntad, ¡ah! como van desapareciendo las esperanzas de vida en la oscuridad de las noches de insomnio, tanto que sabes que debes prepararte para abandonar esta vida y buscar a tus familiares o amigos más cercanos, para que los hijos no queden desamparados.

Todo pierde importancia, la casa, el auto, el dinero, disipan su razón de existir, y los pensamientos vuelan entonces hacia tu pasado y tu futuro. Ya nada importa, más que el corto y mesurado balance de tu vida, que sabes, que se puede disipar en un sólo suspiro. Sólo algo muy profundo en tu interior te impulsa a continuar soportando la fiebre y el dolor, quizá es el hecho de pensar en que los hijos tan pequeños se queden solos o en aquella profunda pena que vivirían mis padres si yo faltara. Y entonces la voz interior te anima a seguir adelante, procurando no perder la batalla por tu vida misma. Y en esta marejada de ideas, se oyen a lo lejos, que las campanas de mi pueblo doblan nuevamente expulsando sus lamentos al aire por alguien más de sus hijos que perdió la misma batalla que tú libras, en esos instantes y ese melancólico tañer de las campanas te recuerda tu propia fragilidad ante el destino.

Y otra vez te envuelve la incertidumbre y el horror, pero ahora, acompañado de algo que se llama resignación y que sabes que te coloca en la posibilidad de perder el tesoro más preciado que a los hombres otorgaron los cielos: la vida, el halito que te mantiene consciente, pero que ahora empieza colorearse de una paz y una tranquilidad casi inesperada.

Entonces comprendes, que son las últimas fuerzas que quedan en el interior y han sido menguadas hasta lo último; la COVID-19, ese enemigo microscópico y taciturno, ha devastado tu mundo, se acabó todo, ni siquiera hay la certeza de despertar mañana, aquí tu pequeño universo se comienza transformar y empiezas a entender el significado de la existencia; que pasa ante tus ojos en unos cuantos segundos, nada importa ya, más que ser feliz a pesar de todo, hasta el último segundo de tu existencia.

Entonces, las alucinaciones febriles o quizá la desesperación por vivir, trajeron desde el microcosmos de mi pensamiento, los nebulosos recuerdos de mis ancestros, como sombras de luz nacidas de la oscuridad y comenzaron a hablarme en un idioma extraño pero comprensible y me animaban a soportar un poco más, mi abuelo paterno me decía -… no seas cobarde, aguántate como los hombres, hasta el último instante si es necesario…– y mi abuelita materna, tocando mi cabeza con sus manos suaves, me decía – hijo vas a vivir, te fe en ti mismo, vas a vivir…-, entonces fuerzas exhaustas me dieron nuevos bríos y algo en mi interior me dijo que tenía que vivir, mi voluntad despertó nuevamente y me animó a levantarme y a superar mis limitaciones.

Yo no sé si a todos los enfermos nos ocurre lo mismo, entiendo que somos energía y polvo de estrellas, y la muerte sin duda es el retorno al lugar de dónde venimos, la eternidad del universo; pero lo que sí puedo afirmar es el hecho de que influye sobre medida, nuestro estado mental y emocional en el proceso de recuperación de la COVID-19, un estado mental más vulnerable que el mío sin duda conducirá a la muerte, porque el estar enfermo es como estar confinado en la cárcel de la desesperación,  bajo el cerrojo de la depresión, el desvelo,  la soledad y el miedo; y la naturaleza de protección a la familia nos hace buscar no contagiar a la familia por ningún medio, aunque este sea la muerte misma.

La COVID-19, ha sido para mí una gran lección de vida, hoy tuve fuerza para levantarme y escribir estas líneas, para que sean un sencillo testimonio de lo que implica esta aterradora enfermedad, y para que los hombres y mujeres, los hijos e hijas de la humanidad, sepan hoy como ayer, que la vida es y seguirá siendo el más precioso de los tesoros sobre el universo entero, pero que somos tan frágiles que podemos perderla en sólo unos instantes; y que a la hora de la muerte, ningún bien material sirve para nada y que la salud no debe negociarse por ningún medio. Pero que, sobre todo entendí que la voluntad férrea vale mucho para seguir vivos en este mundo de adversidades.

Poco a poco los cuidados, los medicamentos, el apoyo incondicional de familiares y amigos a través de una llamada telefónica, la esperanza propia de vivir, van sanando el cuerpo y el espíritu y todo comienza a mejorar, los grises paisajes comienzan a tomar color, el oxígeno regresa a los pulmones y también la esperanza de que nuestra historia continúe escribiéndose, el frio de la soledad se va desvaneciendo y empieza a sentirse de nuevo el entusiasmo y la magia de la vida. Los pensamientos vuelven a su sitial y los sentimientos van adquiriendo forma.

Por eso amigos míos, tenemos que ser más empáticos, solidarios, comprensivos y bondadosos con nuestros semejantes, porque ahí en los momentos más difíciles siempre aparecerán los que nos quieren, los que nos estiman, a los que les importa nuestra salud y nuestra vida, los verdaderos, que son los menos pero son los importantes, y entonces podemos entender que el mundo que parece tan basto, se circunscribe a un universo personal demasiado pequeño, donde solo hay unas cuantas personas: nuestra familia y nuestros pocos amigos; y donde sólo importa una milésima parte del universo entero: nuestro bendito hogar; por eso afirmo en nombre de la humanidad que si no nos solidarizamos hoy, mañana será tarde, hagámoslo en nombre de la siguiente generación, nuestros hijos, porque la nuestra está ya pasando por sus mejores momentos y en breve habrá de darle paso a una más renovada y lista para la acción. Esta enfermedad es una lección de vida, que desafortunadamente no todos van a entender y que muchos no lograrán salvar, pero aun así la humanidad tendrá que seguir adelante, para lograr el único fin a que podemos aspirar los seres humanos, a ser felices, aunque sea un instante en la eternidad.

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